Las bebidas energéticas o energizantes tienen como ingredientes principales: el agua carbonatada y el azúcar y combinación de otros ingredientes que las diferencian de bebidas carbonatadas o refrescos generales, normalmente añaden a su composición estimulantes como: Cafeína, guaraná, ging-seng, taurina, L-carnitina, glucuronolactona y otros extractos vegetales, así como vitaminas en algunos casos.
Este tipo de bebidas se comercializan por sus efectos a corto plazo como estimulantes, o sensación de mayor energía, por ejemplo, para reducir la fatiga física o mental, resolver la carga académica en época de exámenes, o en situaciones de estrés laboral.
La energía obtenida de estas bebidas se produce a partir de su altísima cantidad en azúcares simples de absorción rápida, que proporcionan una sensación temporal de vitalidad, pero que rápidamente producen una sensación de “bajón” o agotamiento, incluso mayor al de antes de su ingesta. Además, la sensación extra de vitalidad viene proporcionada por la gran cantidad de estimulantes que aportan en pequeñas dosis de bebida, que de nuevo tienen efectos a corto plazo, pero inmediatos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda tanto para adultos como para niños, una reducción de la ingesta de azúcares libres menor del 10 % de la ingesta calórica total. Esto supondría como máximo un consumo de 20-25 gramos al día. Sin embargo, en tan solo una lata de bebida energética encontramos como media 50 gramos de azúcar, superando más del doble de las cantidades máximas recomendadas. Un consumo por encima de estas recomendaciones se ve relacionado con el desarrollo de diferentes patologías como obesidad, diabetes, hiperlipidemia, caries dental y desórdenes del comportamiento, siendo de gran interés especialmente en los niños y adolescentes por su consumo elevado de estas bebidas. Por lo tanto, se debería regular la cantidad añadida en diferentes productos procesados para evitar su exceso, así como evitar o reducir el consumo de estos productos.